Miro tus aguas que incansables corren,
como el largo torrente de los siglos
rueda en la eternidad… ¡Así del hombre
pasan volando los floridos días,
y despierta al dolor!…¡Ay! agostada
siento mi juventud, mi faz marchita,
y la profunda pena que me agita
ruga mi frente de dolor nublada.
(Jose María Heredía, “Niágara” líneas 105-112)
Para los latinoamericanos de la época colonial, el imperio español parecía ser un monolito con dominio sobre todos los aspectos de la vida. España exigió los impuestos y la lealtad, sí, pero además requirió un modo específico de pensar, de adorar, y de vivir. La gente de la región, pues, necesitó recuperar espacio mental del estado antes de hacer cualquiera cosa por libre albedrío. Por eso, se puede ver un rasgo de individualismo en muchas de sus obras literarias. En este ensayo, me voy a probar la tensión entre el individuo y la cultura y entonces demostrar cómo se manifiesta en algunas obras latinoamericanas. Primariamente, notaré la actitud de Colón con relación a los indios porque su carta representa lo que los reyes, y los cortes castellanos del futuro, querían oír. Entonces discutiré dos modos de resistencia mostrados en la literatura: vocalizar intencionalmente desacuerdo con la hegemonía del imperio, como José María Heredia, Andrés Bello, y El Inca Garcilaso de la Vega, o desafiar el imperio sólo para vivirse como se quiere, como la Monja Alférez, Sor Juana Inés de la Cruz, y Gonzalo Guerrero de la historia de Díaz de Castillo. Finalmente, trataré “El matadero” de Echeverría porque demuestra cómo el individualismo sigue teniendo importancia en el continente después de la salida de España.
Antes de discutir la cultura y la sociedad, es importante recordar que ellas no son organismos unitarios, como gatos o árboles: son ideas. La sociedad no es más que un grupo de personas, y algunos académicos han dudado su existencia o a menos su utilidad para entender el mundo. P. Kodanda Rao presentó este argumento hace sesenta años y teorizó que si fuera bastante comunicación entre el Este y el Oeste, todas las distinciones culturales diminuirían porque la gente, no las culturas, se mueven el mundo. Edward Said, el autor de Orientalism, preguntó si la noción de cultura fue solamente un instrumento para auto congratulación y para fomentar hostilidad contra otros países (Brightman 511). Robert Brightman, en su artículo “Forget Culture,” rechaza el concepto de cultura porque está llena de suposiciones cuestionables, incluso las ideas que una cultura es objetiva, integral, homogénea, coherente, discreta, estática, primordial, y representativa.
La Carta de Santángel describe algunos rasgos de los taínos – su timidez, su monogamia – pero Colón no pone nombre a ningún indio. Esta negligencia de distinguir a alguien, y especialmente a presentar a alguien como ser racional, es un mal augurio para el futuro de las relaciones entre las razas a pesar del tono positivo del escritor.
Por el significado incierto de “cultura,” es fácil ver cómo el autor se puede distinguirse de sus contemporáneos culturales. A la vez, la idea de la cultura está muy fuerte en algunas mentes, inclusa la de José María Heredía. Rut Román escribe que en el poema “Niágara,” Heredía usa la estética de la naturaleza y el choque de las naciones para reafirmar su propia “yo,” una técnica muy romántica (40). Ya hemos notado cómo el poeta se siente pequeño, desterrado, y marchito ante el Niágara (símbolo de España). Juana Caníbal Antokoletz se nota en “A Psychoanalytic View of Cross-Cultural Passages” que Heredía recuerda las imágenes bellas de Cuba para sobrellevar su desesperación por la cambia de culturas por su exilio (40-41). En la última estrofa, Heredía reafirma su identidad: es un cantor cuyos versos resonarán por la eternidad.
Según Ivan Schulman, esta búsqueda fue común a los escritores del siglo XIX en Cuba, Puerto Rico, y la República Dominicana, incluso José Martí (155-156). Andrés Bello pide lo mismo de la nueva generación en su “Autonomía cultural de América”: “¡Jóvenes chilenos! Aprended a juzgar por vosotros mismos; aspirad a la independencia del pensamiento.” Sólo después de esta admonición exhorta a ellos educarse en los clásicos de la literatura latinoamericana.
El Inca Garcilaso de la Vega usa el captatio benevolentiae para ocultar la polémica de sus palabras, pero él afirma su individualidad en su obra, también. Tiene tanto orgullo en la raza de su madre que la pone en su seudónimo de escritor, y en su libro dice: “Al discreto lector suplico reciba mi ánimo, que es darle gusto y contento, aunque [ni] las fuerzas, ni la habilidad de un indio, nacido entre los indios, criado entre armas y caballos pueden llegar allá” (Chang 68). Por llamarse “El Inca,” él usa su identidad como un arma contra los prejuicios en los círculos académicos de España.
No obstante, siempre hay gente que a ella no le interesa la política. Simplemente hacen lo que pueden para vivir en sus propios términos. Un espíritu tan libre también puede repudiar el imperio. La monja alférez, Catalina de Erauso, es un ejemplo perfecto. Ella viajó de ciudad a ciudad, de mujer a mujer, se hecho pasar por hombre para conseguir su deseo de trabajar para el pan de cada día. Su autobiografía no tiene ningún comentario social, y no alcanza las altezas de emoción como Heredía; es simplemente un diario. Ella es quien ella es. Su estilo de vida está totalmente afuera del normal, pero consigue él bastante para llamar la aprobación del papa. No hay razón legítima para pararla.
Sor Juana no se abandona el convento y no se viste como un hombre, pero sí es dedicada a su vocación verdadera a pesar de las expectativas de su sociedad. Cuando Sor Filotea implica que ella no es buena cristiana por estudiar tanto, Sor Juana responde que desde que alcanzó la razón, ha solamente seguido el impulso que Dios puso en ella para estudiar (3). Entonces delinea las ciencias y cómo se pueden apoyar el entendimiento de las escrituras (5). En su carta de Sor Filotea, Sor Juana nunca recomienda ni la destrucción de la sociedad ni de la religión que la persigue. Por contrario, defiende sus actividades porque son esenciales a la identidad que Dios dio a ella.
El cacique Gonzalo Guerrero es el prototipo del latinoamericano quien elige la identidad sobre la comodidad cultural. Él fue un soldado español perdido entre los indios por un naufragio, pero dentro de pocos años decide asimilar con su sociedad. Se casa con una mujer indígenas, y ellos dan la luz a tres hijos. Gonzalo labra la cara y perfora las orejas en el estilo de los indígenas. Cuando los españoles llegan “rescatarlo,” él rechaza la oferta. Según los españoles, esta decisión arriesga su alma inmortal, pero él ya se identifica con su familia más que su fe. Quizás la línea más llamativa del episodio es cuando la esposa de Gonzalo llama los soldados españoles “esclavos” (Chang 40). Aunque parecerían tener más poder militar, ya han subyugado sus personalidades al rey mientras Gonzalo vive de una manera elegida y única. Su decisión de asimilar con otra cultura es sin embargo un ejemplo de individualismo: no tiene que actuar como español sólo porque es racialmente español.
Por todos estos escritores, los latinoamericanos desarrollaron una tradición de individualismo e independencia de la hegemonía española. Estas cualidades no desaparecieron cuando las elites nativos tomaban la plaza de los elites extranjeros al cumbre de la pirámide social, como se ve en “El matadero,” escrito por Esteban Echeverría. La cuenta es una crítica de la dictadura de de la Rosas, un argentino quien continuaba la esclavitud y el abismo entre clases preferidos por los supervisores españoles. El autor contrasta los federales, una multitud sanguinario, con un toro noble y después con un unitario joven y valiente. En los dos casos, el individuo, lleno con rabia por su tratamiento, lucha furiosamente para defenderse contra un público animal. Eventualmente, sucumbe a la banda de linchadores, pero antes impresiona a todos de ellos. Estos protagonistas, sean auto representaciones del autor, del unitarismo, o de nada, reivindican el poder del uno en contra del todo.
Un estereotipo de los Estados Unidos es que es el país del “Lone Ranger,” tanto en la cultura como en la ley, y que los latinoamericanos son más colectivistas y menos dispuestos a la libertad individual, como se demuestran por sus gobiernos. Una encuesta de la literatura de la época colonial oculta esta idea. Muchos de los escritores de la época colonial son preocupados por la libertad y los derechos del individuo. Han tenido de ser porque han vivido en cadenas. Me parece que otros datos causaron las diferencias políticas entre los EE.UU. y Latinoamérica. Los EE.UU. siempre ha tenido problemas con la integración de los afro-americanos, una minoría de diez por ciento que vivía como ciudadanos de segunda clase año tras año; en Latinoamérica, el grupo oprimido fue una gran mayoría de la población, creando un reto mucho más extenso. Por eso procede la ignorancia y la pobreza del pueblo y por eso el peligro de dictadura. No obstante, las palabras y los ejemplos que los desafortunados necesitan para alcanzar su libre albedrío ya son escritos en la literatura nacional. Sólo hay que construir más sobre esta fundación.
Obras citadas
Aginsky, Burt W. Review of Culture Conflicts, Cause and Cure and East versus West, A Denial of Contrast by P. Kodanda Rao. American Anthropologist 51.3 (1949): 493-494.
Brightman, Robert. “Forget Culture: Replacement, Transcendente, Relexification.” Cultural Anthropology 10.4 (1995): 509-546.
Canabal-Antokoletz, Juana. “A Psychoanalytic View of Cross-Cultural Passages.” American Journal of Psychoanalysis 53.1 (1993): 35-55.
Chang-Rodríguez, Raquel, and Malva E. Filer. Voces de Hispanoamérica, Tercera Edición. Thomson: Boston, 2004.
Inés de la Cruz, Sor Juana. “Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz.” Proyecto Ensayo Hispánico. <http://www.ensayistas.org/antologia/XVII/sorjuana/sorjuana1.htm>
Román, Rut. “Lo Sublime que desvanece. La imagen poética del Niágara en Heredia y Pombo.” Decimonónica 2.1 (2005): 40-54.
Schulman, Ivan A. “The Poetic Production of Cuba, Puerto Rico, and the Dominican Republic in the Nineteenth Century.” A History of Literature in the Caribbean by Arnold, Rodríguez-Luis, and Dash. (1994): 155-166.